Por Vitor Gaspar y Ruud De Mooij
(Versión en Inglés)
Imaginemos cómo la impresión en tres dimensiones,
los vehículos autónomos y la inteligencia artificial revolucionarán nuestro
futuro. O pensemos en cómo los avances en la tecnología de la información, el
comercio electrónico y la economía colaborativa ya están cambiando la forma en
que aprendemos, trabajamos, hacemos compras y viajamos. La innovación impulsa
el progreso y, en términos económicos, determina el aumento de la
productividad. Y el aumento de la productividad a su vez determina la
prosperidad, la cual incide en aspectos fundamentales de nuestras vidas y
nuestro bienestar: determina dónde y cuánto tiempo vivimos; determina nuestra
calidad de vida.
En la edición de abril de 2016 del informe Monitor Fiscal analizamos la
innovación en función del esfuerzo y los incentivos, lo que implica que depende
mucho de las políticas públicas. Observamos que un poco de apoyo del gobierno
puede ayudar mucho a fomentar la innovación y el crecimiento. Por ejemplo,
constatamos que las políticas públicas que reducen en un 40% el costo de las
actividades privadas de investigación y desarrollo propiciarán un aumento
porcentual equivalente del esfuerzo del sector privado, y un aumento del PIB de
5% a largo plazo.
En contra del pesimismo
Después del inicio de la Gran Depresión en 1929, el
mundo pasó a ser de los pesimistas. En 1941, en las conferencias de Lowell,
Joseph Schumpeter sintetizó el estado del debate: “La explicación proveniente
de todo tipo de fuente y aceptada por prestigiosos economistas es que esta
depresión y la insatisfactoria recuperación no fueron resultado de las
circunstancias desfavorables del caso en particular sino que tienen un
significado más profundo. Se ha visto que son un síntoma de que la parálisis
está invadiendo lentamente el sistema económico del capitalismo y que las
condiciones depresivas del capitalismo han llegado para quedarse;… bien
podríamos plantar la teoría como una decreciente oportunidad de inversión”.
Resulta interesante que más de 10 años antes, en 1930, en su libro Las
posibilidades económicas de nuestros nietos, John Maynard Keynes atacara
vigorosamente el pesimismo: “Me atrevo a predecir que el nivel de vida en los
países progresistas dentro de 100 años será entre cuatro y ocho veces más alto
de lo que es hoy en día”.
Si simplificamos este presagio y suponemos que por
países progresistas se entiende Estados Unidos (el país que demarcó la frontera
del progreso durante las décadas pertinentes), podemos distinguir el pronóstico
de Keynes en el gráfico 1, que muestra en una escala logarítmica los límites
superior e inferior de la banda indicada por Keynes. Quizá sea irónico que el
desempeño inicial no fuera muy prometedor. Pero desde comienzos de los años
cincuenta la economía estadounidense en realidad ha tenido un desempeño por
encima del límite superior de la banda de Keynes. Para nosotros esta
historia indica que si bien los detalles de la innovación son esencialmente
impredecibles, la innovación depende de los incentivos humanos y puede preverse
a grandes rasgos.
¿Por qué proporcionar apoyo fiscal?
La investigación y desarrollo (I&D) es el motor
fundamental de la innovación. Los gobiernos cumplen la función crítica de
financiar la educación superior y la investigación básica, que es el punto de
partida de la I&D propia de las empresas. Pero las políticas fiscales
también son importantes para fomentar la inversión privada en I&D.
Las empresas privadas por sí solas no invierten lo
suficiente en I&D por dos razones. En primer lugar, a menudo les es difícil
financiar proyectos riesgosos de inversión en I&D, incluso si se prevé una
alta rentabilidad. Esto sucede sobre todo durante recesiones en que las
restricciones de liquidez son más prevalentes. Según nuestro análisis, las
políticas fiscales que ayudan a estabilizar el producto incrementan considerablemente
las inversiones privadas en I&D y apoyan el aumento de la productividad.
En segundo lugar, las inversiones en I&D
realizadas por empresas redundan en beneficios para la economía en general. Por
ejemplo, los investigadores en mecas tecnológicas como Silicon Valley en
California intercambian conocimientos e ideas; las tecnologías incorporadas en
nuevos productos o equipos pueden ser imitadas por otros o pueden inspirar
innovaciones ulteriores. Pero una empresa por sí sola no tiene en cuenta estos efectos
indirectos a la hora de decidir cuánto invertir en I&D.
Observamos que para alentar a las empresas a
incrementar sus actividades de I&D, en las economías avanzadas los
incentivos fiscales deberían reducir en un 50%, en promedio, el costo de las
inversiones en I&D de las empresas. De esta manera la economía en general
podría cosechar los frutos de manera eficiente. Este incentivo fiscal
incrementaría la I&D aproximadamente un 40% en comparación con los niveles
actuales, y elevaría el PIB de las economías avanzadas un 5% a largo plazo.
A estos efectos indirectos internos de la I&D
se suman los efectos de alcance internacional. La adopción de tecnologías
externas es un componente clave del crecimiento suplementario que tanto
necesitan las economías de mercados emergentes y en desarrollo. Se estima que
la I&D en los países del G-7 genera aumentos de la productividad en otras
economías equivalentes a aproximadamente un 25% de los réditos que obtiene el
G-7. Si se tiene esto en cuenta, el incremento mundial de la I&D sería de
50% y el PIB mundial podría aumentar alrededor de 8% a largo plazo.
El diseño y la implementación son
cruciales
Los incentivos fiscales pueden ser una herramienta
poderosa para incentivar la I&D, pero su diseño e implementación revisten
una importancia crítica.
Esos incentivos varían mucho. Australia y Corea,
por ejemplo, conceden créditos tributarios de I&D que reducen efectivamente
en casi un 50% los costos de inversión adicional en esas actividades. Otros
países a veces alivian los costos laborales de los investigadores o
proporcionan subsidios focalizados para I&D, aunque en la mayoría de los
países a tasas inferiores a 50%. En general, estas políticas parecen haber dado
resultado, siempre y cuando su implementación haya sido eficaz.
No todas las políticas de incentivo fiscal están
bien concebidas. Varios países han introducido recientemente los denominados
regímenes de cajas de patentes, que reducen las cargas impositivas de las
empresas sobre el ingreso derivado de patentes. Nuestro estudio revela que, en
ciertos países, estos regímenes no han tenido impacto apreciable alguno en las
actividades de I&D (véase el gráfico 2). En los países en que sí han tenido
impacto, los costos fiscales son muy elevados. Los incentivos públicos directos
a proyectos de I&D habrían permitido aprovechar mejor estos ingresos
perdidos. Y en muchos casos, las cajas de patentes no son sino un componente
más de estrategia agresiva de competencia tributaria, con un impacto negativo
en las bases impositivas de otros países.
La importancia de la empresa
Muchas innovaciones radicales son el producto de
pequeñas iniciativas empresariales dedicadas a la experimentación. Esto
significa que la innovación depende fundamentalmente de un proceso eficiente de
creación, crecimiento y disolución de las empresas. Pero en muchos países este
proceso está entorpecido por obstáculos como permisos y licencias, regulaciones
del mercado laboral, restricciones financieras y barreras impositivas.
En el Monitor Fiscal examinamos
la importancia de las distorsiones impositivas y observamos que un nivel alto
de impuestos sobre las sociedades da lugar a ciertos efectos que perjudican la
actividad empresarial. En algunos países los gobiernos procuran neutralizar
estas distorsiones impositivas ofreciendo incentivos tributarios especiales a
las pequeñas compañías. Pero estos incentivos no son eficaces en función de los
costos e incluso pueden desalentar el crecimiento de las empresas debido a la
denominada trampa de las pequeñas empresas. Por ejemplo, los impuestos más
bajos para las pequeñas empresas dan lugar a un fenómeno de “concentración”, o
una acumulación de pequeñas empresas que procuran permanecer justo por debajo
del nivel de ingreso en el que empezarían a perder el trato preferencial (véase
el gráfico 3). Esto no estimula el crecimiento de la productividad sino que más
bien lo refrena.
En lugar de proporcionar incentivos a las pequeñas
empresas, los gobiernos deberían focalizar el apoyo en las nuevas empresas.
Países como Chile y Francia han formulado iniciativas de políticas eficaces
para apoyar a nuevas empresas jóvenes e innovadoras. Además, para reducir a un
mínimo las distorsiones que los impuestos introducen en el proceso empresarial,
los gobiernos pueden ofrecer asignaciones generosas para compensar las pérdidas
que están sujetas a impuestos y simplificar las reglas fiscales para reducir la
carga de cumplimiento tributario de las empresas.
La innovación y el cambio son determinantes
cruciales de los niveles de vida y la prosperidad a largo plazo. La I&D, un
motor clave de la innovación, responde a los incentivos económicos y a las
políticas públicas. Las investigaciones del FMI demuestran que un poco de apoyo
público, bien diseñado, puede rendir mucho fruto. Por ejemplo, se observa que
el apoyo fiscal a favor de la I&D, justificado por los efectos indirectos
internos, y a un costo de 0,4% del PIB, puede elevar el PIB un 5% a largo
plazo. Si se tienen en cuenta los efectos a escala internacional, el costo
subiría a 0,5% del PIB, pero los beneficios aumentarían proporcionalmente aún
más, a 8%. Las políticas fiscales inteligentes importan, importan mucho. Los
sectores público y privado pueden cooperar entre sí y complementarse para
impulsar la innovación y el crecimiento.
¿Se imaginan a Keynes y Schumpeter
sonriendo juntos?
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