Este
artículo no se hubiera podido elaborar sin el transporte marítimo. El teclado
con el que se escribió está fabricado en China y, más que posiblemente, llegó a
España en barco. La mayoría de las cosas que cualquier persona utiliza a lo
largo del día han pasado por un carguero antes de llegar a los usuarios. Y esto
es posible gracias a decenas de millones de cajas de acero resistente a la
corrosión: los contenedores estandarizados.
Desde
su introducción en los años cincuenta del siglo pasado, pocos inventos han
cambiado el mundo de forma tan rápida y decisiva. "Cuando pensamos en
tecnologías que han cambiado el mundo", declaró el premio Nobel de
Economía Paul Krugman en una conferencia en la Universidad de Michigan en 2009,
"nos gusta pensar en cosas como Internet... pero si intentamos averiguar
qué es lo que ha pasado con el comercio mundial, el contenedor es un candidato
muy serio".
En
esta industria del contenedor que ha revolucionado el sector naviero mandan
cinco grandes empresas. La italiana MSC, la danesa Maersk, la francesa CMA CGM,
la taiwanesa Evergreen y la china Cosco poseen más de una cuarta parte de los
barcos y un 43,2% del tonelaje. El origen de la consolidación del mercado de
los contenedores fue la carrera para ganar cuota de mercado ante la expansión
de la producción manufacturera en Asia, primero en Japón y, después,
especialmente, en China. La explosión de las industrias asiáticas generó
enormes cantidades de productos y una carrera para transportarlos. El alza de
los precios del petróleo también impulsó la construcción de navíos más
eficientes energéticamente.
El
resultado de esa carrera fue que, de 2004 a 2012, el tonelaje de la flota
global creció a una media de 6,4% al año, según la firma de análisis
Clarkson's. Muchos de esos nuevos barcos se construyeron en astilleros chinos.
"Desde 2005, aproximadamente, China duplicó la capacidad de construir
barcos del mercado", indica Jeremy Penn, consejero delegado del Baltic
Exchange.
No
solo se construyeron más barcos; se construyeron cada vez mayores. El mayor
navío de contenedores del mundo, el MSC Oscar, tiene 395 metros de
largo (el equivalente a 14 canchas de baloncesto) y puede llevar en
contenedores casi 160 millones de pares de zapatos. El anterior poseedor del
título de gigante de los mares, el CSCL Globe, solo lo había
ostentado durante un mes y medio.
El
objetivo de los megabarcos es generar economías de escala. "Cuanto mayor
es el tamaño, menores los costes por contenedor", apunta Marcos Eduardo
Hansen, director de Maersk Line para España y Portugal.
El
auge de los megabarcos también se extendió a las cargas a granel. En 2008, la
minera brasileña Vale do Rio Doce ordenó 35 barcos de 395 metros de largo
capaces de transportar 400.000 toneladas de mineral de hierro —cada barco lleva
siete tanques del tamaño de una pista de tenis cada uno— desde Brasil a China.
El objetivo: disputarle a Australia el título de suministrador a la industria
siderúrgica china.
Pero,
en una prueba de lo arriesgado que puede llegar a ser el sector, las autoridades
chinas se negaron a aceptar barcos tan grandes en sus puertos. Cuando al final
la empresa brasileña y el país asiático llegaron a un acuerdo —que implicaba la
compra de 14 barcos por parte de la china Cosco— la rentabilidad de toda la
operación ya era dudosa por el fin del boom de las materias primas.
El
índice Baltic Dry —que combina las principales cargas, tamaños y rutas— es la
referencia del mercado de transporte a granel. En 2003, el índice, que se había
mantenido relativamente estable desde su creación, empezó a fluctuar
espectacularmente. El 30 de junio de 2008 marcó su récord histórico de 11.793
puntos. Pero ni la demanda de materias primas era inagotable ni la economía
china iba a seguir creciendo al mismo ritmo. A finales del año pasado, la burbuja
se vino abajo definitiva y estrepitosamente. El Baltic Dry está en mínimos
históricos desde su creación.
Y,
con el fin de la burbuja, empiezan las primeras bajas. Solo en febrero, tres
empresas dedicadas a la carga de graneles suspendieron pagos. "En algún
momento la demanda se va a recuperar", apunta Tamvakis. "Pero hasta
que llegue ese momento, hay empresas que lo van a pasar muy mal. Las empresas
que no se hayan endeudado mucho y tengan dinero en efectivo —es un sector que
funciona con dinero en efectivo— podrán aguantar. No es tan difícil: durante el
boom hay muchas navieras que acumularon mucho dinero".
"Tradicionalmente,
el sector naviero tiene bajos márgenes de beneficio y requiere grandes
cantidades de capital", afirma Julian Smith, líder global de
infraestructuras de PWC. "Es por eso que siempre ha estado muy fragmentado
y con pocas navieras cotizadas". Los navieros, tradicionalmente griegos,
noruegos o japoneses, registran sus flotas bajo banderas de conveniencia como
las de Panamá, Liberia o Islas Marshall. "Un sector celoso de sus
secretos", como apuntó la periodista Rose George en su libro Noventa por
ciento de todo. La crisis en Europa y el bajón en el crecimiento chino ha
puesto a las grandes compañías de contenedores en un brete. ¿Cómo llenar los
megabarcos? En los tiempos del boom chino, ya era de por sí difícil obtener
cargas para los trayectos de vuelta. Las empresas ofrecen fletes a precios tan
bajos que, según Rose George, "a las empresas pesqueras escocesas les
salía más barato meter bacalao en contenedores refrigerados para filetearlos en
China que hacerlo en Escocia". Para Hansen, la tecnología está aumentando
las posibilidades del sector. "Hace 10 años los contenedores no
transportaban cargas a granel. Ahora, por ejemplo, pueden llevar grano, o
líquidos".
Otra
opción —similar a la llevada a cabo por las grandes compañías aéreas— son las
alianzas. En diciembre de 2011, seis grandes compañías anunciaron su intención
de crear una ruta común entre Asia y Europa. Pero no siempre funciona: el año
pasado, las autoridades de competencia chinas bloquearon la creación de una
alianza entre las tres grandes del sector en Europa (Maersk, MSC y CMA CGM)
para el mercado asiático.
Cuando
las alianzas no son posibles, la consolidación sigue de la forma más
convencional: fusiones y adquisiciones. En diciembre, la alemana Hapag Lloyd y
la chilena Compañía Sudamericana de Vapores (CSAV) se fusionaron para crear la
que será la cuarta compañía del mundo. Tres meses más tarde, la también alemana
Hamburg-Süd cerró un acuerdo para hacerse con la igualmente chilena Compañía
Chilena de Navegación Interoceánica (CCNI) por cerca de 160 millones de
dólares.
Una
cosa está clara: dado que la vida útil de un barco está entre los 25 y los 30
años, las infraestructuras globales tendrán que seguir adaptándose a la nueva
era. Los dos mayores canales del mundo se han puesto manos a la obra: el
Gobierno egipcio está invirtiendo más de 7.000 millones de euros en ensanchar
37 kilómetros del canal de Suez y construir otros 35. Panamá, por su parte,
lleva invertidos más de 5.000 millones de euros (más del 10% del PIB) en
construir un segundo juego de esclusas que permita acoger barcos más grandes.
Hay
mucho en juego. Los peajes del canal de Suez representaron en el último año
fiscal 5.300 millones de dólares (4.750 millones de euros) para la economía
egipcia, un 2% del PIB del país árabe. Egipto cree que una vez la ampliación
esté construida podrá incrementar sus ingresos a más de 13.000 millones. En el
caso del canal de Panamá, la importancia es aún mayor: solo los peajes
aportaron 1.910 millones de dólares, un 4,5% del PIB del país centroamericano.
No
solo las infraestructuras en canales son importantes: El puerto de Róterdam, el
mayor de Europa, ha invertido 2.900 millones de euros en ampliar sus
terminales. La mayoría del nuevo complejo Maasvlakte 2 (Llanura del Mosa) está
dedicado a contenedores.
Aunque
según la Conferencia de Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo
(UNCTAD, en sus siglas en inglés), de los 9.600 millones de toneladas de
productos que se desplazaron por mar en 2013, solo un 12,8% lo hicieron en
contenedores, el valor de lo que contenían representa más de la mitad de lo
transportado.
"Son
los cimientos de la globalización", opina por teléfono Jean-Paul Rodrigue,
profesor de la Universidad de Hofstra (Nueva York, EE UU) y autor del libro
Geografía del transporte. "Es el sostén del comercio internacional y toda
la industria global está influida, de alguna manera, por éste sector".
La
visibilidad de la industria del transporte marítimo es mucho más reducida que
su importancia. "La verdad es que a la gente, por norma general, no le
interesa saber cómo vienen las cosas", apunta Michael Tamvakis, profesor
de Economía y Finanzas de las Materias Primas de la City University de Londres
(Reino Unido). Un estudio de IHS Global indica que en 2007 la industria de
navegación valía 432.000 millones de dólares (un 0,5% del PIB del planeta) y
daba trabajo, directa o indirectamente, a 13,5 millones de personas. La
ampliación del puerto de Róterdam da una imagen de lo que van a ser los nuevos
tiempos. Hay una terminal dedicada al desembarco de etanol. Y el terreno ganado
al mar está flanqueado por decenas de generadores eólicos.
El
auge de las energías renovables y la necesidad de reducir gases de efecto
invernadero están cambiando el sector. Los petroleros, que antes reinaban en
los mares, van perdiendo importancia. "Los cargamentos de petróleo y gas
representaban el 55% del total transportado a granel en 1970", apunta Paul
Levelton, director global de Grupo de Infraestructuras y Proyectos de Puertos
de KPMG. "Hoy es prácticamente el 30%". Los dos factores principales
para esta reducción es la relativa caída del consumo de petróleo en los países
desarrollados —gracias a una mayor eficiencia energética— y por la creciente
autonomía petrolera estadounidense gracias al gas de esquisto.
Pero
no son los únicos factores. el auge del gas natural licuado (GNL) también ha
permitido diversificar las opciones energéticas. "En 2003, Japón tuvo que
parar varias de sus centrales nucleares a la vez por mantenimiento, y creció la
demanda de petróleo", apunta Penn. "En 2011, tras el maremoto y el
accidente de Fukushima, pasó lo mismo, pero ésta vez recurrieron al gas".
El pasado mes de octubre se puso en marcha en el puerto lituano de Klaipeda una
terminal flotante de GNL, que permite a los países bálticos dejar de depender
en un 90% del gas ruso. Simbólicamente, la nueva terminal recibe el nombre de
Independencia.
El
nuevo modelo energético no solo tiene un efecto en la demanda de petroleros. El
viernes pasado, China anunció que reduciría en 160 millones de toneladas en
cinco años su consumo de carbón para reducir sus emisiones contaminantes. Malas
noticias para los transportistas a granel. Pero para Jean-Paul Rodrigue, el
efecto de todos éstos cambios a medio plazo será "marginal": "El
petróleo seguirá siendo muy importante", afirma.
En
todo caso, el progreso del sector sigue. "Se ha hablado mucho de frenazo y
de depresión, pero el comercio mundial no se ha dejado de expandir",
comenta Penn. "Con el tiempo, la oferta se adaptará a la demanda. Aunque
si pudiera decir exactamente cuándo sería un hombre rico", ríe.
Por: THIAGO FERRER MORINI, Diario LA NACIÓN
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